¿Cómo alimentar al alma y no sólo al cuerpo?
El ser humano necesita comer para vivir. Si no se alimenta, se debilita, sufre y –finalmente- muere. Es algo que todos conocemos, algo que todos hemos experimentado, algo que nos dicta el instinto, una ley propia de nuestra naturaleza… Pero que sólo aplicamos a una parte de nosotros mismos: al cuerpo.
Sin embargo, muchos somos conscientes de que somos algo más que un conjunto de células… No importa que le llamemos conciencia, energía, alma o espíritu… Percibimos que somos algo más que nuestro físico… Pero, ¿no necesitará también alimentarse ese alter ego?
La mayoría de tradiciones espirituales –y humanísticas- tienen bien claro que sí y, en el caso de las religiones, se ha plasmado externamente en un rito que no siempre es bien comprendido: la bendición de la mesa.
Yo, que he sido educado en el catolicismo, tengo la costumbre (desde la infancia) de bendecir la mesa antes de comer y de cenar: “Bendícenos Señor y bendice estos alimentos que por tu bondad vamos a tomar. Amén. El Rey de la Gloria Eterna nos haga partícipes de su mesa celestial. Amén”. Durante muchos años he repetido esta fórmula por rutina. Era un hábito que formaba parte de mi educación pero que no tenía más raíces que la costumbre y la tradición. Era algo así como un dar gracias a Dios por alimentarnos.
Con los años comprendí que el lenguaje propio de lo espiritual –y, por tanto, también de las tradiciones religiosas- es el de los símbolos y, por consiguiente, comencé a vislumbrar algo más profundo tras esa costumbre que procedía de mi infancia. De hecho, el análisis del término “bendición” en el ámbito religioso (un ejemplo en http://www.canalsocial.net/Ger/ficha_GER.asp?id=11543&cat=religionnocristiana ) ya nos ofrece una pista de en qué consiste –en su acepción más profunda- esa antigua tradición: consagración (hacer sagrado), purificación, transmisión de la energía vital de Dios…
La bendición de la mesa es, por tanto, un ritual en el que sobre el soporte físico de los alimentos se nos recuerda que la sacralidad, la purificación y la theosis (el acercamiento del hombre a Dios) dependen de que cuidemos nuestro espíritu del mismo modo que cuidamos nuestro cuerpo, ofreciéndole esos alimentos (que recibimos como don) que expanden nuestro espíritu, que lo engrandecen hasta permitirle abrazar al mundo entero… Convirtiéndonos en lo que los hindúes denominan mahatma, alma grande… El alma que sale de su estrecha individualidad y se descubre en la unicidad divina.
Y, ¿qué alimentos son esos que necesita nuestro espíritu para crecer y que pedimos a Dios que no nos falten durante la bendición de la mesa? La meditación, el silencio, la contemplación de la belleza, la bondad, la música, la pintura, la amistad, el estudio, la oración, la reflexión, la virtud, la vida buena… Todos ellos gratuitos y al alcance de cualquiera… Porque no tienen precio. Regalos de Dios a los hombres… Para que éstos descubran y desarrollen su naturaleza –su filiación- divina.
Acuérdate, en cada comida, de que es importante alimentar y cuidar de nuestro cuerpo… Tanto como de nuestra alma. Dedica un tiempo al uno y a la otra. Desarróllate por entero: eres alma encarnada o cuerpo espiritualizado. Puedes y debes cuidar de ambos para que ellos cuiden de ti. Sólo si consigues mantener un alma ardiente podrás cocinar cuanto te traiga la vida, y digerirlo adecuadamente sin que perjudique a tu cuerpo, sin somatizar tus preocupaciones.
Mens sana in corpore sano… Y viceversa.
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