Medicalización de la vida.
Por: Dr. Juan Carlos Gimenez, Director del Comité de Prevención Cardiovascular de la Sociedad de Cardiología del Norte Bonaerense (Federación Argentina de Cardiología)
Hoy la frontera de la salud y la enfermedad es una zona gris, según el autor de este artículo, el doctor Gimenez, que ya casi ni la propia Medicina puede definirla. Como indica, la intervención de otros actores: las empresas farmacéuticas, los medios de comunicación y hasta la misma sociedad, están dando pie a una excesiva medicalización de la población
“La Medicina ha avanzado tanto que ya nadie está sano”, afirmaba Aldous Huxley hace más de medio siglo y con el correr de los años se fue instalando una cierta manera de entender la salud más cerca de la utopía que de la realidad. Todo comienza cuando la Organización Mundial de la Salud, pretendió definir a la salud “…como un estado de bienestar físico, psíquico y social…..”, adjudicándole un carácter subjetivo y a la vez utópico, que se asemejaba más al concepto de “felicidad” y no al de salud. Según este criterio, salud abarcaría la satisfacción en las actividades diarias, el significado de la existencia individual y hasta la percepción del logro en las metas y de la autoimagen. La complejidad de la sociedad moderna alcanzó también a la Medicina y hoy existe una tendencia de cambiar y ampliar cada vez más el concepto de salud, que al conectar áreas tan diversas como las sociales, políticas y económicas, logró que los determinantes de salud no sean inherentes al individuo sino que se encuentren fuera de él y lo que es más preocupante, fuera del campo de acción de la Medicina. Fundamentándose en los grandes avances que de la ciencia médica y en la afirmación de la O.M.S. en ciertos ámbitos de la Medicina se cree que es difícil encontrar personas sanas y si aparentemente lo están es porque no se les han hecho suficientes pruebas o cuestionarios médicos. Algunos llegaron tan lejos, que consideran a una persona “enferma” cuando encaja en una definición de enfermedad (o de pre-enfermedad), es decir, o por resultar positivas ciertas pruebas de laboratorio (identificando factores de riesgo) o cumpliendo ciertos criterios diagnósticos, que a veces son arbitrarios. El proceso de medicalización alcanzó también al lenguaje ordinario, introduciendo metáforas médicas en nuestra cultura, particularmente la usando “la enfermedad como metáfora” según ciertos estilos patológicos que ejemplifican la construcción social de la realidad. Hoy no es extraño escuchar la sociedad está “enferma”, existe “remedio” para la inseguridad y hasta “la receta” del F.M.I., entre otros múltiples conceptos propios de la Medicina. A medida que la ciencia médica fue avanzando, el ejercicio de la Medicina se hizo cada vez más complejo.
La industria farmacéutica y el desarrollo tecnológico participan cada vez más en la definición de la enfermedad en términos biométricos alejados de la experiencia del enfermar, del dolor y de la incapacidad. Se etiquetan como enfermas a grandes poblaciones por el hecho de no ajustarse a unos estándares considerados interesadamente como óptimos. Se define la enfermedad ante síntomas leves, aspectos estéticos, presencia de factores de riesgo, por la probabilidad de padecerla o por el sufrimiento que causan algunos alejamientos de la normalidad o del ideal. Con esta estrategia la industria consigue expandir sus mercados y favorece la creencia de que para todo existe una solución farmacológica que está a la venta. Es decir, la salud es un producto que se vende.
Después de los profesionales sanitarios, los medios de comunicación de masas son la principal fuente de información sobre temas de salud. Su discurso condiciona en la población falsas expectativas sobre una Medicina como ciencia exacta inexistente. Los medios de comunicación favorecen la mitificación de la sanidad creando expectativas que están por encima de la realidad, sin resaltar que la medicina tiene poderes limitados y que los médicos no los saben todo. Cada vez que se realiza un etiquetado de enfermedad, la consecuencia inmediata es que para cada proceso existe un tratamiento. Frecuentemente esa terapia se prescribe sin dar a la persona la información adecuada sobre la naturaleza de los beneficios y efectos adversos, y por tanto, sin tener en cuenta las preferencias y aversión a los riesgos de cada uno. La evidencia disponible informa que muchos pacientes tienen claras preferencias respecto a los posibles tratamientos, que éstas no son siempre predecibles, que los médicos a menudo no logran su cabal comprensión. La extensión de las nuevas enfermedades a campos como el nacimiento, la menopausia, el envejecimiento, la sexualidad, la infelicidad y la muerte puede seguir sin mayores problemas con la definición de la “angustia laboral”, la “ansiedad nutricional” o todo tipo de desequilibrios afectivos y personales. El malestar que provocan algunos alejamientos de la normalidad o el ideal, como calvicie o las arrugas, puede extenderse con más motivo hasta los déficits de elocuencia, oído musical, o capacidad de razonamiento lógico, problemas prevalentes y tratables, pero aun no sentidos como insuficiencias. El mayor nivel de desarrollo suele ir unido a una cultura consumista (medicina incluida) y en la sociedad crece el rechazo de la enfermedad y la muerte como partes inevitables de la vida. Los inconvenientes cotidianos se vuelven intolerables. Aumentan el hedonismo, que tiene como bandera fundamental el placer y el bienestar, y el materialismo, de manera que sólo cuenta la posesión y el disfrute de bienes materiales que, por muy abundantes que sean, siempre causan insatisfacción. K. Arrow, Premio Nobel de Economía en 1963 decía: “La sola aplicación de las leyes del mercado, hace que mucho sanos se conviertan en enfermos y los enfermos que se sientan más enfermos”.
Después de los profesionales sanitarios, los medios de comunicación de masas son la principal fuente de información sobre temas de salud. Su discurso condiciona en la población falsas expectativas sobre una Medicina como ciencia exacta inexistente. Los medios de comunicación favorecen la mitificación de la sanidad creando expectativas que están por encima de la realidad, sin resaltar que la medicina tiene poderes limitados y que los médicos no los saben todo. Cada vez que se realiza un etiquetado de enfermedad, la consecuencia inmediata es que para cada proceso existe un tratamiento. Frecuentemente esa terapia se prescribe sin dar a la persona la información adecuada sobre la naturaleza de los beneficios y efectos adversos, y por tanto, sin tener en cuenta las preferencias y aversión a los riesgos de cada uno. La evidencia disponible informa que muchos pacientes tienen claras preferencias respecto a los posibles tratamientos, que éstas no son siempre predecibles, que los médicos a menudo no logran su cabal comprensión. La extensión de las nuevas enfermedades a campos como el nacimiento, la menopausia, el envejecimiento, la sexualidad, la infelicidad y la muerte puede seguir sin mayores problemas con la definición de la “angustia laboral”, la “ansiedad nutricional” o todo tipo de desequilibrios afectivos y personales. El malestar que provocan algunos alejamientos de la normalidad o el ideal, como calvicie o las arrugas, puede extenderse con más motivo hasta los déficits de elocuencia, oído musical, o capacidad de razonamiento lógico, problemas prevalentes y tratables, pero aun no sentidos como insuficiencias. El mayor nivel de desarrollo suele ir unido a una cultura consumista (medicina incluida) y en la sociedad crece el rechazo de la enfermedad y la muerte como partes inevitables de la vida. Los inconvenientes cotidianos se vuelven intolerables. Aumentan el hedonismo, que tiene como bandera fundamental el placer y el bienestar, y el materialismo, de manera que sólo cuenta la posesión y el disfrute de bienes materiales que, por muy abundantes que sean, siempre causan insatisfacción. K. Arrow, Premio Nobel de Economía en 1963 decía: “La sola aplicación de las leyes del mercado, hace que mucho sanos se conviertan en enfermos y los enfermos que se sientan más enfermos”.
La participación de las compañías farmacéuticas en la definición de una enfermedad es una fórmula contrastada para aumentar el número de enfermos que precisan asistencia médica y tratamiento. Las farmacéuticas defienden así sus legítimos intereses financieros. Pero estos intereses pueden significar un gasto sanitario innecesario y un problema de salud pública. Según el Britsh Medical Journal, es más fácil crear nuevas enfermedades y tratamientos, si la sociedad acepta que muchos procesos normales de la vida necesitan tratarse con medicamentos. No es de extrañar que actualmente se consulte a los médicos cada vez más por un espectro de problemas banales más amplio, siendo esta expansión de la Medicina, que ahora abarca muchos problemas que antes no tenían entidad médica, lo que se denomina medicalización. Finalmente, el uso actual del término “medicalización” está influenciando en casi todos los aspectos de la vida cotidiana, y connota una apreciación crítica por los efectos negativos, paradojales o indeseables, de tal fenómeno. Mientras todavía se esté a tiempo, es importante que la sociedad y especialmente los trabajadores sanitarios, debamos plantearnos cuáles serán las consecuencias que provocará haber medicalizado la vida y adonde puede conducir esa senda que se ha elegido.
Fuente: infomedicos.org
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